Durante años, se alzaba el crecimiento económico como único parámetro a tener en cuenta por políticos de todo signo. Sin embargo, ante la evidencia del cambio climático y de la limitación de los recursos, se trae a colación el criterio de la sostenibilidad, que hay que conjugar con el imbatible del crecimiento económico para conseguir los tan manidos objetivos de bienestar predicados por la mayoría de los actores de la política nacional e internacional. Pero no hace mucho, una prestigiosa institución de economistas británicos destacó la necesidad del decrecimiento para hacer frente a una actividad económica sostenible. Evidentemente, prácticamente nadie hizo caso a esos expertos, quedando sus análisis marginados y ocultos en el maremágnum de información propio de nuestro tiempo. La sorpresa llega cuando se filtra, por temor a ser ocultado por los gobiernos, un informe de la O.N.U., en el que se anuncia la necesidad del decrecimiento de la actividad humana para hacerla sostenible, Sí, la O.N.U. y sí, crecimiento económico negativo. Se trata de algo tan nuevo como inusitado, que desafía a la acción política y económica, y que dará para mucho en el futuro.
Se plantean varias cuestiones de inmediato: si ha de decrecer toda la actividad o únicamente una parte de ella, el nivel que ha de alcanzar ese crecimiento negativo, si supondrá una redistribución del trabajo, la imputación de la carga del coste que supone, las fórmulas para hacerlo efectivo, el ritmo idóneo al que ha de materializarse…
Es incuestionable que estamos ante un gran reto de futuro y que, si ello no se pone en evidencia, como está ocurriendo por el momento, al menos en nuestro país, las consecuencias no tardarán en hacerse notar. Resulta indiscutible que la conciencia ciudadana jugará un papel decisivo si es capaz de apremiar a los políticos y a los agentes económicos a llevar a término acciones decididas encaminadas a dar a este nuevo parámetro el protagonismo que parece merecer en el marco de la sostenibilidad. Como siempre somos nosotros, los “mediocres”, quienes tenemos que impulsar el curso de la historia con un propósito firme e inequívoco, que pasa por acciones y compromisos ineludibles en el ámbito de nuestro día a día: del consumo, de la democracia, del compromiso social y de la manifestación contundente de nuestro noble propósito, prescindiendo de conductas disruptivas que socaven nuestra credibilidad.